La inocencia del consumo

En la acera hay dos jóvenes, hombre y mujer, escribiendo algo con rotulador negro sobre un par de cartones rectangulares. Los grapan a una tabla y levantan sus estandartes rudimentarios. El de ella dice: ¡gobiernos de tres meses! El de él: ¡como nuestros contratos! En lo que es ahora el envés de esos cartones, en la contraportada del lema, se puede reconocer el dibujo de una pantalla o de un monitor y las letras “hp”, la segunda de ellas cortada y más bien intuida. Nacen las cosas para acabarse (antes de tiempo).

 

Circula por las redes sociales una imagen de lo que se supone que es una pareja de ancianos, un matrimonio, acompañada de una frase que dice algo así como: Nosotros nacimos en una época en la que las cosas no se tiraban cuando se estropeaban, sino que trataban de arreglarse. Tienen razón, era otra época. Se ha dicho que en los tiempos que corren modistas, desguaces y talleres han registrado mayor afluencia de público, y es que el oficio de reparar se recupera en las recesiones. El remiendo, que era un estigma, una estrella de seis puntas en el orgullo de la burguesía boyante, deviene carta de hidalguía cuando la borra infla los bolsillos. El Cuenco de Polvo del Medio Oeste americano se llama aquí campos de Castilla.

 

Tal vez la simple noción de exceso sea la grieta que nos distancia de la “conciencia” ecológica de los animales para con su medio, y en ese sentido la necesidad nos vuelve salvajes. Hay cierto instinto de conservación en lo suficiente. Cuenta algún informe de la ONU que 50 millones de toneladas de residuos son arrojados al Tercer Mundo cada año, como quien experimenta el universo poniendo un perro en órbita. Y es que de hecho la basura ya es un satélite más en torno a la Tierra.

 

La inocencia del consumo

 

Pero no sólo el desecho nos humilla. La misma extracción y el proceso de producción deja relatos dickensianos por todo el planeta, una alfabetización curtida en la mano de obra, adultos esquilmados en la rueda de girar de los ratones. No importa si son los suicidios de varios trabajadores de una empresa subcontratada por Apple o si a la Marca España de Inditex se le ven las vergüenzas allá en Oriente; o si Occidente a cambio arrumba en sus sótanos a los negros o a los chinos o los sudamericanos.

 

Nacen las cosas insuficientes, y nosotros, a medias, con un espíritu basurero y barroco, de grandes superficies, perseguimos la alquimia del objeto, un bote muy rojo por las estanterías. Mientras, el coltán fluye desde las minas del Congo hasta zoológicos humanos en el sudeste asiático y refinerías como Silicon Valley donde se insufla vida y se despiertan esos miles de millones de frankesteins que ya poseen al menos una generación de nativos.

 

Con el diamante ocurren cosas parecidas, pero, al tenerse el diamante por cosa de ricos, parece que la conciencia aludida es la de otros. Sin embargo un móvil, esta pantalla que proyecta, está hasta en las casas baratas de Baltimore. La inocencia del consumo es la coartada de las ovejas. Omar presiona el gatillo de la recortada y recoge los viales. Entran los créditos sobre el adagio de Albinoni. ||| Fuente

 

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