Google y el ministerio de la propaganda. Perdón, publicidad.

Toni Segarra lo había hecho así: una mano por la ventanilla de un coche con fondo agreste de carretera secundaria, la potencia de la marca perfilada en el minimalismo retórico de una pregunta: ¿te gusta conducir? El haiku de la publicidad amortigua la vida a la vez que relaja el hipocampo, y se expanden en el agua las frecuencias de la piedra como unos ojos in crescendo hacia los anillos de los árboles, es inevitable y dulce, queremos perder por algo la cabeza, volvernos locos, escupir fuego.

¿Donde ir para no exponerse? A dormir. En el universo Futurama ni siquiera la fase REM es impermeable. Recuerdo que la ciudad de São Paolo formateó su paisaje prohibiendo los anuncios exteriores, mientras un logo gigante de Pepsi palidece en una fachada lateral de Ponferrada, evanescente tatuaje que indica que esa calle era general y concurrida ya hace tiempo. El centro de Nueva York y su Nasdaq luminoso, la lágrima de dios y su electrodo. La civilización: la historia más grande jamás vendida.

[…] la experiencia característica del consumismo no es entrar en la tienda y comprar, sino estar viendo un anuncio y haber perdido de vista que se trata de una inducción a la compra.

Eloy Fernandez Porta, Afterpop

Patrocinar es poder. Un nombre es un camino. Las famosas torres de Madrid se llaman en realidad Puerta de Europa, rebautizas KIO por ser la empresa Kwait Investiments Office quien las financiara. La flagrante comercialización de países a que ha inducido la crisis en Europa, y el capitalismo en general, parece la metáfora cumplida de ese nuevo bautismo. Como ese ensamblaje casi pleonasmo que convirtió la Liga de Fútbol Profesional en la Liga  BBVA. La televisión pública desterró los comerciales haciendo bandera a su modo con São Paulo, mientras Google sostiene su dinosaurio con la facturación que le reporta su plataforma de publicidad online, AdWords, donde uno paga por la infraestructura publicitaria de Google para su producto. Con AdSense, la otra cara de la moneda, Google da dinero a particulares a cambio de que estos cedan sus sitios web como espacios publicitarios, o lo que es lo mismo, alquila escaparates donde distribuir los anuncios por los que cobra.

La tecnología relacional de búsqueda que posee Google permite una aparente optimización y seguimiento de la publicidad realizada. No hace mucho que se ha incorporado esta tecnología a los comerciales por video online, lo que supone hacer referencia inevitablemente a YouTube, portal dedicado al almacenamiento y reproducción de material visual y que es el tercer sitio web más visitado, por detrás de Facebook y del propio Google. Las posibilidades publicitarias audiovisuales han experimentado así un avance, un afinamiento o calibración de sus recursos, desde el pago por interacción, que resulta una implementación del conocido pago por clic (PPV) pero aplicado al visionado “real” del anuncio (un mínimo de tiempo, a través de la herramienta TrueView del portal de vídeos), hasta la segmentación de públicos, es decir, la distribución del anuncio entre aquellos potenciales consumidores más interesados en el producto, una suerte de personalización o focalización publicitaria en busca de afinidades electivas. La monitorización o seguimiento de la actividad publicitaria es otra de las nuevas claves, conocer los ratios de incidencia del anuncio y el comportamiento de los individuos después de verlo, toda una base de datos para el conductivismo.

Internet como esos irregulares de Baker Street, la panda de pillos que Sherlock tenía por la ciudad para hacerse con información privilegiada.

 

Escuché y flipé tu canción ¿quién no quiso ser arqueólogo viendo a Indiana Jones?

Tote King

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