La curiosa arroba @ o cola de mono

Quizás los nativos digitales desconozcan ya, o acaben ignorando, qué es eso del código postal. Por lo que, ante la vieja abreviatura castellana C.P. –que ni siquiera ubicarían en un sobre–, a la mayoría les venga inconscientemente a la cabeza otra cosa y piensen, acaso, que alguien se ha dejado una ‘U’ en el teclado, de modo que lo que se quería escribir era CPU. O lo que es lo mismo, una forma breve y parcialmente generalizada de decir ordenador, y que traducido al español desde esas siglas inglesas daría: Unidad Central de Procesamiento. Esta estúpida asociación que improvisaba para el post cobró fuerza cuando, jugando a resolver crucigramas con los chavales en el aula, uno de ellos dijo: yo creo que C.P. puede ser computadora personal. Magnífico, pensé, orgulloso de mis tonterías.

Más allá de la diferencia entre siglas (CPU) y abreviaturas (C. P.) que aprendimos luego, estaba claro que escribir cartas y mandarlas por correo postal era para ellos como una cabina telefónica: algo del Jurásico. La arroba (@), por el contrario, esa cola de mono, como la llamó aquella otra niña, era un símbolo cotidiano para ellos, familiar. Hasta hubo quien explicó divertidamente cómo había que hacer para escribirla, porque aunque aparece en el teclado hay que saberse el truco.

Aun sin ser nativos digitales, solemos creer que ese signo –que casi podríamos decir que es algo así como el código postal del correo electrónico– es de antes de ayer, y que debe su ser a la informática. Pero no. Aunque hay varias teorías al respecto, realmente podría ser más más viejo que la orilla del río. Bueno, tampoco tanto, pero casi tan antiguo como las calzadas romanas. Al menos en lo que a su grafía se refiere: esa especie de caracol podría ser resultado de la fusión entre las letras ‘a’ y ‘d’ como consecuencia de la economía lingüística y las florituras caligráficas de los escribas latinos para representar la preposición ‘ad’, que significaría algo así como ‘a’, ‘hacia’, ‘hasta’, ‘cerca’ o ‘sobre’. [Según parece, el apocalipsis zombie del lenguaje corrompido de los móviles y sus sms no era tal, ni tan moderno: lo sabían, al menos, quienes manejaban manuscritos medievales].

Transformada así la palabra, el signo correría como la pólvora entre los mercaderes venecianos a partir del siglo XVI, por su idoneidad para indicar el valor de las mercancías. Valiéndose de ese signo, y ajustándolo a las grafías actuales, la idea de que un kilo de carne cuesta 20 euros podía representarse así: @€20.00 kg. O, verbal y sintéticamente: a veinte euros el kilo. Este símbolo se utilizaría asiduamente como notación comercial hasta el siglo XVIII, más o menos.

Peso (de arroba) para báscula.

Por otro lado, la palabra ‘arroba’ derivaría de las raíces árabes ar-roub, que significaría ‘cuarto’ (unidad de medida: cuarta parte de algo). Y ya en España por ese siglo se venía utilizando, especialmente en Andalucía, para hacer referencia a la cuarta parte de un quintal, esto es, unos 11,5 kg (de los 46 kg que tenía el quintal). Además de como unidad de peso, también se usó como medida de volumen.

A largo del siglo XIX su uso fue desapareciendo y convirtiéndose en un garabato extraño. Lo que parecía su golpe de gracia tuvo lugar con la implantación del sistema métrico decimal en 1889. No obstante, aquí sigue vivita y coleando, incluso más allá del correo electrónico: como recurso lingüístico para controversias de género; aunque a la academia, de momento, no le cuaja. Más allá de este reciente uso creativo –o cretino, para algunos–, la resurrección de la arroba vino de manos de un programador informático norteamericano, Ray Tomilinson, que en 1971 envió el primer correo electrónico de la historia, o email, valiéndose del simbolito de la arroba para el protocolo de comunicación electrónico según el esquema ‘usuraio@host’, que se convertiría en el formato estándar y que, sobreviviendo a su inventor (Ray murió en marzo del 2016), sigue vigente.

Aunque en España la conocemos como arroba, y como puso de manifiesto aquella alumna de origen alemán que la llamó cola de mono sin creer que estaba inventándose nada, sino traduciendo al castellano lo que le oía a sus padres en alemán (affenschwanz), cada idioma la puede cifrar de distinta forma. Aquí una tabla con algunas de esas nomenclaturas (tomado de algarabía.com).

 

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