Memes, Burbujas y Apps.

Shoot Bubble es un sencillo videojuego que consiste en alinear burbujas de colores para irlas eliminando, variación del ancestral Tetris y hermano gemelo del mítico Puzzle Bubble, indispensable en todas las salas recreativas  –ahora recuerdo que a éste, como a algunos otros, se los consideraba propios de chicas, monótonos, “mecánicos”, más cerebrales, aunque dudo que sean esas las palabras; y de algún modo, intuyo, la virtualidad que los chicos consumían normalmente ofrecía velocidad, sangre y deportes–. Esto no es más que una estimación subjetiva a vuela pluma, por lo que no es muy difícil que constituya una burda generalización. Sea como fuere, forma parte de mi percepción de un tiempo.

 

El caso es que este videojuego, Shoot Bubble, (re)convertido en aplicación para el móvil, llegó a superar en descargas al popular Angry Birds. La anécdota surgía cuando la ministra española de trabajo, Fátima Báñez, tuiteaba el resultado de una partida a ese videojuego justo el mismo día que España asumía su “rescate económico”. Malas pasadas –si no un asesor bastardo– de esa vinculación hasta la náusea entre los distintos espacios virtuales, como el adolescente que comprueba a través de Facebook que su ex pareja escucha en Spotify música que antes no escuchaba, y repasa de memoria conocidos jebis. El mismo día, el presidente de ese país asistía al debut de la selección en la Eurocopa. Desde hace meses ojeo, aunque no acabo de comprarlo nunca, un librito de tapas duras, negro, en cuya portada puede leerse algo así como “Teoría de los juegos”. El triunfo del consumo es su carácter aleatorio, pero constante, dice una pintada en el baño de los grandes almacenes.

 

Se dice que los memes son el equivalente cultural del adn, genes idiosincrásicos, epistémicos, una forma como otra cualquiera de hablar del polen de las ideas. Recientemente un estudio se valía de Twitter para simular la propagación y tratar de parametrizar la viralidad (una forma de éxito) de las cosas. Al parecer, la atención limitada de los usuarios (personas simuladas o reales) hace de esas tecnologías ecosistemas ecológicos. Lo más absurdo es que el universo tenga sentido.

 

Me pregunto por el incremento de “aplicaciónes para móviles” o derivados, del propio sintagma, su meme trepanando periódicos, conversaciones, words, words, worms.  Todo va siendo susceptible de aplicarse al móvil: libros, fotografías, vídeos, mapas terrestres y celestes, gps, domótica. Y nosotros, seres humanos, software maestro, killer aplication de la tecnología. ¿Acabará toda experiencia congregada, consagrada, en los smartphones? ¿No somos cada uno de nosotros una aplicación de la realidad?

 

Publicaciones relacionadas

Comentarios

Su dirección de correo electrónico no será publicada.