¿Metafísico estáis? Es que no me conecto

La aparición del paradigma denominado Web 2.0 allá por el 2004 supuso una apertura hacia el dinamismo de la World Wide Web, esa red informática mundial que, aunque en cierta medida ya lo venía practicando, comenzó a potenciar comunidades virtuales donde los usuarios podían interactuar y colaborar generando contenidos y no ser meros consumidores pasivos.

Así como, frente al observador tradicional, los museos de ciencia y tecnología suelen convertir al visitante en agente activo de la exposición, la Web 2.0 implementaba la operatividad a fin de convertir a cada usuario en un motor más de la Red. YouTube, Facebook, Flickr, Wikipedia o Scribd con productos al abrigo de esta filosofía. Hoy, a lo que parece, inmersos en la potencial Web 3.0, también se oye hablar del cambio de paradigma desde los ordenadores a los dispositivos móviles.

Estar vivo, entre algunos, parece ser un tuit inspirado, bucles de fotos volcadas registrando el aparente mundo offline y la vibración del móvil sobre la mesa como un súbito colapso de la civilización. Imagen, melodía y lenguaje. No sólo de pan vive el hombre; para mí vientos de otoño, dicen otros. Pero esto dicho así es eso, una caricatura. Una caricatura trágica, que es como resultan las caricaturas memorables.

La Historia, mutante y deformadora, gusta de relatarnos en esperpento. La portada del New York Times el día de la invención del teléfono, dice Nick Bilton,  presagiaba que ya nadie volvería a salir de casa. Apocalípticos e integrados, neoluditas y marinettis, la vieja querella entre antiguos y modernos discurre en nuestros días en torno a la estupidez potencial a la que nos abocan herramientas como Google y las Wikis; el aislamiento y la emocionalidad de bajo voltaje, pasiva, que fomenta la hiperconectividad [con sofisticados ideogramas electrónicos hacen haikus jóvenes hikikomoris]; el déficit de atención rampante que parecen alimentar los hábitos multitarea; o el delirio de actualización constante, ese estado beta perpetuo que elimina del sistema los tiempos muertos y con ellos quizás la reflexión y la divagación como aperos de labranza. Otros combaten estos cantos de cisne con un elogio extasiado hacia las tecnologías. Algunos como Steven Pinker, psicólogo cognitivo, posicionándose en la dorada medianía, ofrecen la muy a menudo cabal receta de Paracelso: el veneno está en la dosis.

 

Marinetti, fundador del futurismo, un integrado de su tiempo, reivindicaba en el manifiesto vanguardista aquello de que un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia. El movimiento era mejor que la impresión de movimiento. Sin embargo, hoy que la velocidad se mide en megas, la impresión de, algo así como el control remoto del movimiento (del coraje, de la rebelión, de la audacia) parece ser la divisa. Esto está muy estrechamente vinculado a virtualidad. La realidad virtual es, a fin de cuentas, un reactivo que pretende disolver la impresión y su factualidad ( la sensación del hecho y el hecho en sí).

Tal vez fue David Cronemberg, el director de cine, quien dijo eso de que las máquinas son extensiones motrices del ser humano, un eslabón en la cadena. La tecnología es un tentáculo emocional para observar al universo enfrentarse a la energía. También Cronemberg nos mostró en Videodrome el latido carnoso de la televisión como el dibujo manga de una vagina. Algo de lo que hablaba el integrado -aunque crítico- Cronemberg, frente a un apocalipsis siempre en vanguardia, es de que la tecnología debe afrontarse como un complemento que potencie la humanidad, no como una humanidad abandonada. Y en la senda del dicho al hecho andamos. Aunque ya Hamlet gritaba  words, words, worms.

Pero el horizonte es precisamente lo que vemos cuando dejamos de ver. ¿Metafísico estáis? Es que no me conecto.

 

Dios es el chip que vela por la Vía
el opio del planeta panacea
para el dolor pensante de cabeza
teniéndote Internet nada es preciso
las drogas no hacen falta para qué
si ya no hay realidad de que escapar

V. Luis Mora, De “Mester de cibervía” (Pre-Textos, 2000)

 

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