Cada época tiene sus letreros luminosos: Moulin Rouge, Hollywood, Times Square. Ya se sabe, todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, que dicen los camellos. Polvo al polvo y a reiniciar el rúter: ahí fuera (¿o es dentro?) un océano de posibilidades nos espera. Aunque algunos piensen con malicia que no hay mal que cien años dure… ¿cuánto le queda a Facebook, Twitter o Google para entrar quiebra y convertirse, como el VHS o Flickr, en lágrimas en la lluvia? Con su aleteo led en la retina y sus pantallas táctiles, el presente se deletrea en anglicismos del entorno tech y los social media. En la lona del imaginario mundial muerden el polvo General Motors, Pan Am y el Toro de Osborne.
La sombra de las redes sociales es alargada. Hay quien teme la deshumanización añorando el roce y está quien festeja la ubicuidad guardando las distancias. Mamá decía que el veneno está en la dosis. Andrei Lacatusu, diseñador gráfico, ilustrador y director artístico, fantasea en su último trabajo, Social Decay, con las vallas publicitarias de algunas de esas empresas tecnológicas desgastadas por la intemperie y el óxido, físicamente deterioradas, como una metáfora de la corrosión del tiempo sobre la vanidad del presente y el declive del contacto humano en la era de la euforia digital. Así como el mero transcurso de la vida aja los materiales de los paneles y estructuras publicitarias [auténtico trabajo de diseño con todos esos modelados hasta el más mínimo detalle, de la herrumbre al desconchado], así estaría erosionando el auge de lo virtual las relaciones sociales, carcomiéndolas. Al menos, claro, tal y como las conocíamos. La desintegración virtual de la materia.
Para darle forma a su fantasía, Andrei ha trabajado las imágenes con modeladores 3D (Autodesk 3ds Max) y motores de renderización (VRay), además de Photoshop, creando falsas fotografías de un realismo decadente sin estridencias, dando esa sensación de algo que podríamos encontrarnos a la vuelta de la esquina. A medio camino entre el desasosiego de Black Mirror y el evangélico despertar del Homo Deus, lo cierto es que los entornos web de interacción social son los semilleros de la vida tal y como la consumimos hoy en día. Sus luminosos letreros intangibles revolotean como polillas entre nuestras neuronas (¿o es al revés?), aunque nunca les llueva encima. Salve, Google, los que van a abrirse una cuenta te saludan.
En palabras del propio artista (según recoge Eduardo Bravo para Yorokobu): Utilizo las redes sociales, pero debo reconocer que, en ocasiones, se convierten en algo adictivo. Mi trabajo no busca culpar a las compañías de eso. Al fin y al cabo, hacen lo que se espera de ellas. Esta decadencia de la sociedad tradicional a la que se refiere el título tiene más que ver con los usuarios, que, en muchos casos, están atrapados en ese juego.
Y concluye Andrei Lacatusu: La sociedad actual avanza tan rápido que no creo que nunca veamos esos rótulos en ese estado. Por eso, mi proyecto es, en realidad, una metáfora. Cada época tiene sus industrias y sus actividades en desuso. En la nuestra, en la que impera la información y la socialización virtual, son las relaciones sociales convencionales las que han comenzado a desnaturalizarse y han emprendido un proceso de decadencia. En el fondo, ‘Social Decay’ es una vía para compartir mis sentimientos sobre la sociedad actual y la influencia que las redes sociales van a tener sobre su futuro. (Aquí otra entrevista con el auto sobre su obre en general).
El resto de las imágenes de Social Decay pueden verse en la cuenta que el autor tiene en Behance, una especie de linkedin para creativos y diseñadores audiovisuales. Además de esta serie crítica sobre la influencia de las redes sociales en las relaciones interpersonales, Andrei Lacatusu comparte también otros proyectos, por lo general generando imágenes de paisajes y escenarios virtuales o peculiares bodegones hiperrealistas, cuando no meros objetos seriales, con mayor o menor carga simbólica:
De la antigua casa cuartel de la Guardia Civil de mi pueblo se cayeron algunas letras. Dos para ser exactos. Sobre un fondo de bandera nacional ya deslucido, destartalado, el consabido eslogan marcial ha dejado de decir lo que debiera. En un ambiente ferruginoso que hace honor al nuevo emblema, entre desconchones, letras caídas (por Dios y por la patria) y pintadas, muy escopeta nacional todo, se lee una versión apócrifa de aquella máxima evangélica que decía que los desposeídos heredarán la tierra:
TODO POR LOSPA RIAS. Letreros, letrados y letrinas. Ana María Sulla