Origen y orden de las teclas

El crucigrama de los teclados se cifró en las máquinas de escribir. Los orígenes de este ingenio, ancestro del ordenador y su teclado electrónico, podrían remontarse a hace más de dos siglos, en 1714, cuando en una patente concedida a un ingeniero inglés, Henry Mill, se incluía una descripción de lo que podría ser una máquina de escribir. Pero parece que solo fue una idea, pues no hay rastro del objeto. Tras algunos artilugios tan pioneros como extravagantes en distintos localizaciones, y en ocasiones orientados a ayudar a leer a los ciegos y facilitar su comunicación –como el caso de la escritura Braille y sus máquinas–, no sería hasta el último cuarto del siglo 19 cuando ese arcaico procesador de textos mecánico alcanzaría éxito comercial y repercusión social.

Lambert. Máquina de escribir de índice. Principios del siglo XX.

Así, a partir de las ideas de Christopher Latham Sholes, Carlos Glidden y Samuel W. Soule, la empresa Remington & Sons comenzó a vender en 1874 sus primeros modelos. En un principio, la organización de las letras en el teclado emulaba el orden alfabético. Pero, según se cuenta, problemas mecánicos, especialmente al escribirse con cierta velocidad, provocaron que esa disposición no resultara funcional: las varillas o soportes de las letras que se accionaban hacia el papel al pulsar la tecla correspondiente, acababan entrecruzándose entre ellas e impidiendo la escritura. Las soluciones pasaron por redistribuir en el teclado las letras de tal manera que aquellas que se usaran a menudo y conjuntamente estuvieran razonablemente distanciadas entre sí, evitando la concentración de las varillas durante el proceso y favoreciendo la escritura ágil. En el fondo era de lo que se trataba, suponemos: escribir más rápido que con caligrafía manual.

Cuatro años más tarde (1878), el propio Sholes patentaría una de las primeras máquinas de escribir con disposición Qwerty, que mejoraba la funcionalidad. Posteriormente, según puede leerse en un artículo del Smithsonian, el triunfo del diseño Qwerty [nombre derivado de las 6 primeras letras del teclado, en el sentido de la escritura occidental) tuvo su momento clave en 1893, cuando los cinco principales fabricantes de máquinas de escribir se unieron, constituyendo la Union Typewriter Company, y acordaron el uso de ese tipo de teclado para la fabricación industrial.

Christopher Sholes (1819-1890)

Algunos sostienen que esa nueva disposición buscaba ralentizar a los mecanógrafos al separar ciertas letras, lo que parecería un sinsentido. Hay un interesante trabajo sobre la prehistoria Qwerty, que vincula esa disposición con los aparatos de telégrafo Morse y la importancia de Teletype en las computadoras, como se expone en el estudio realizado por Koichi Yousoka y Motoko Yousoka para la Universidad de Kyoto en 2011. Incluso hay quienes ven en ese diseño una lógica comercial de las empresas que las vendían, ya que solían impartir también cursos de formación y mecanografía, con lo que se beneficiarían doblemente.

No sabemos si olvidaremos la escritura manual; si evaporados en la oralidad tecnológica desaparecerá ese ajedrez lingüístico; si escribiremos caligráficamente sobre un aire electrónico programable. En los móviles ya no existen materialmente los teclados, han sido eliminados, solo pantallas y software. Pero persisten latentes en cuanto escribimos y leemos –desde el libro analógico a los subtítulos de las películas, los SMS del operador de línea o los certificados del banco–, con una disposición que ha ido incorporando elementos, y algunas modificaciones, aunque básicamente inalterada en lo sustancial.

Teclado Láser, especial para tablets y smartphones

El poder envolvente del teclado es importante. La dimensión digital que atravesamos, y nos atraviesa, no parece moco de pavo. Hay quien habla de una tercera, o cuarta, naturaleza digital. De un quinto elemento. No solo es lectura. Escritura. O voz. Es visión. Y forma. Creación del espacio virtual, cibernético. Los lenguajes de programación, la sintaxis con más potencial de los teclados, eso que vulgarmente llamamos líneas de código, rigen, sin ir más lejos, la codificación visual de este texto, o de cada una de sus fotografías. Un par de gazapos en esas líneas que alteren la serie funcional de caracteres, y la imagen se desvanece. Ya no dice nada; o eso parece. De pronto, para los Topos, esos antiguos hombres analógicos, todo adquiere una densidad de ecuación inextricable, como cuando eres niño e incapaz de imaginar agua si ves escrito H2O.

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